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Cuando los chicos le tienen miedo al agua

Las clases de natación de la escuela, la pileta en la quinta de los abuelos, el mar en vacaciones y hasta los modernísimos cumpleaños acuáticos pueden representar un problema para aquellos chicos que sienten temor cada vez que ven un traje de baño.

El momento de enfrentarse al agua e iniciar el aprendizaje en ese medio tan particular puede ser muy diferente en cada chico: están los que fueron a natación desde bebés, los que empezaron a tomar clases alrededor de los 4 años (la edad ideal según la Academia Americana de Pediatría), los que van a cualquier edad, cuando sus padres lo consideran conveniente y los que –sí o sí- tienen que tomar clases porque en la escuela la actividad es obligatoria.                                        

Por lo general, los que hicieron natación de bebés y se sumergieron por primera vez en el agua en brazos de sus padres no presentan reparos con respecto a esta actividad, siempre y cuando su práctica haya sido constante –si el niño se metió al agua con su mamá o su papá pero después dejó de ir, puede ser que al querer retomar aparezca un miedo que antes no tenía-.

Pero los más grandecitos que nunca se metieron al agua y de pronto se encuentran en el borde de la pileta o en la orilla del mar, es muy posible que demuestren temor y no acepten ni siquiera mojarse los pies.

Frente a esto, lo más adecuado es concederles el tiempo necesario y no apurarlos ni retarlos, porque esto sólo hará que se retraigan más. Y como en todos los aprendizajes, el camino del juego es el ideal: en el mar habrá que sentarse a jugar con arena lo más cerca de la orilla que el niño acepte, habrá que ir –y después pedirle a él- que traiga agua en el baldecito, habrá que hacer una “lagunita” y, sobre todo, no enojarse por el hecho de que se viajó hasta el mar y el niño no quiere saber nada con él. Tal vez en ese veraneo se sienten las bases de confianza para que se meta al mar en el próximo.

En la pileta hay que practicar, también, la paciencia: sentando al pequeño en el borde, con un adulto que juegue con él y recurriendo a elementos coloridos que floten. Muy lentamente –hay casos en los que el proceso del borde a la pileta puede llevar un año entero-, habrá que ir haciendo avances hasta que el nene acepte meterse en la parte donde hace pie.

Es importante no forzar a los chicos: un nene que llora a upa de su maestra de natación no va a lograr disfrutar del agua ni va a permitirle hacerlo a sus compañeritos. Es mejor sacarlo, intentar la clase siguiente y darle su tiempo: si ese año no hay caso, habrá que volver a insistir el próximo.

Nunca hay que arrojarlos al agua, soltarlos en medio de la pileta, asustarlos ni humillarlos por el hecho de que sus amigos hacen lo que él no puede.

Elegir clubes o piletas de natación en los que el chico comparta las clases con sus amiguitos es un estímulo que puede funcionar a la hora de meterse al agua y siempre hay que hablar antes con los profesores, para estar seguros de que comparten la idea de respetar sus tiempos. Si no, habrá que buscar otra pileta.

Por último, si el niño se descontrola ante la perspectiva de meterse al agua, si entra en pánico y si pasa el tiempo y esto no se resuelve, es necesario consultar con un profesional para que evalúe si se trata o no de una fobia y para que sugiera la estrategia más conveniente.

Niños Psicología del niño y la familia