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Los límites en la crianza: ¿por qué nos resulta tan difícil?

A la hora de ponerle límites a nuestros hijos, podemos encontrarnos con que no sabemos cómo hacerlo o qué hacer para que resulten efectivos. ¿A qué se debe esto?

Educar y criar a los hijos es una tarea de gran desafío diario, y uno de los temas que más preocupa y ocupa a madres y padres, es el de poner límites. ¿Por qué preocupa tanto este tema? ¿Por qué a madres y padres les cuesta tanto “poner” límites a sus hijos?

Con el nacimiento del primer hijo, cada mujer y cada hombre pasan a estrenar un nuevo rol en su vida: el de madre y el de padre, y con este nuevo rol aparece el ejercicio de la puesta de límites.

Algo que les sucede a todos los padres al momento de poner límites es que no están vacíos de influencias, por el contrario, están sumamente condicionados por su propia historia, por su infancia. En función de cómo fueron criados, criarán a sus hijos, ya sea por imitación o por contraposición.

Si es por imitación, tendrán en cuenta las experiencias que disfrutaron de pequeños, que les generaron bienestar, y los conceptos de crianza con los que están de acuerdo ideológicamente. Pero esta imitación también incluye partes no tan conscientes, como por ejemplo, utilizar y repetir frases o actitudes que utilizaron sus padres al retarlos, pero con las que no están tan de acuerdo y que repiten porque las escucharon sistemáticamente cuando eran chicos, porque las tienen internalizadas.

Si, en cambio, es por contraposición, la crianza y la puesta de límites tiene que ver con hacer lo contrario a lo que hicieron los propios padres, como por ejemplo, insultar, gritar, o hasta maltratar físicamente. En estos casos, los padres están seguros de lo que no quieren para sus hijos pero, a la vez, no saben cómo criar de otra manera, porque la única que conocen es aquella en la que fueron criados.

Con este panorama se hallan los padres a la hora de poner límites: imitando, contraponiendo, en definitiva, todavía mirando al pasado.

A esto se le suma una nueva variable: la vivencia de cada uno de los padres, lo que trae de su infancia. Si la crianza que recibió uno es muy diferente a la del otro, y esto intercede en la crianza del hijo en común, se genera un conflicto importante.

Pero, por suerte, existe una salida para este laberinto y tiene que ver, en primera instancia, con una búsqueda personal de cada padre y madre para lograr concientizar qué arrastra de su pasado, qué quiere descartar y qué quiere mantener; y, en segunda instancia, con una nueva puesta en conjunto para unificar criterios y armar entre mamá y papá una nueva forma de poner límites.

De esta manera, le darán a sus hijos la posibilidad de ser partícipes, de verlos crecer como padres, “escribiendo” una historia diferente.

En esta apuesta a una nueva manera de criar, más consciente, hay puntos claves que pueden ser muy útiles:

1- Predicar con el ejemplo, prestando especial atención a los criterios que pedimos que respeten nuestros hijos, de manera que nosotros, madres y padres, también los estemos aplicando en nuestras acciones. Por ejemplo, si no queremos que griten o que peguen, nosotros no debemos gritarles ni pegarles (aunque sea un "chirlo") a ellos porque, además de hacerles daño, los chicos actúan en base a lo que hacemos y no a lo que decimos.

2- Anticipar a los niños lo que va a suceder. En este punto, las rutinas son las mejores aliadas, porque ayudan a ordenar y sostener. Mantener los horarios de comida, sueño, baño, etc. les da seguridad y ayuda a evitar berrinches. Contarles lo que va a ir pasando, aunque sean muy chiquitos y pensemos que no entienden, colabora mucho. Por ejemplo, "un último cuento y después vamos a dormir", o, "podés terminar de cambiar a las muñecas y nos vamos a bañar", etc.

3- No etiquetar a nuestros hijos con adjetivos, sean buenos o malos. Solo debemos transmitirles nuestra preferencia o no por ciertas conductas o acciones, sin que esto implique un rótulo a su personalidad.

Al etiquetar a nuestros hijos estamos adjudicándoles determinados atributos o adjetivos a su personalidad, como por ejemplo: “es malo para los deportes”, “le va muy mal en la escuela”, “es muy sensible”, “es muy inteligente”, etc. El peligro de esto es no darles la oportunidad de descubrirse, de conocer sus gustos y preferencias,  porque somos nosotros quienes los nombramos. Etiquetándolos podemos dejarlos apegados al adjetivo que les pusimos.

Lo mejor es pensar cómo decimos las cosas y reformularlas. Por ejemplo, no es lo mismo decir “sos un desordenado”, a pedir que junte las cosas que están fuera de lugar, para dejar todo más ordenado.

Explicándoles qué acciones o actitudes nos parecen mal, sin adjudicarlas a su personalidad, podremos ayudarlos a superarse.

4- Evitar el “no” constante porque pierde valor cuando es usado indiscriminadamente. La idea sería usarlo solo frente a situaciones que pongan en peligro su integridad física o frente a normas que resultan fundamentales para su crianza, como por ejemplo: no agredir física ni verbalmente a otros niños ni a los adultos, no tocar objetos de vidrio, no subirse a lugares peligrosos, etc.

En acciones y transgresiones que no resultan tan significativas para su desarrollo, es conveniente evitar el no, haciendo un pequeño comentario al respecto, por ejemplo: “Uy, se va a manchar la mesa, mejor pongamos un mantel”, “Voy a pisar todos los juguetes acá en el pasillo, vení que te ayudo a llevarlos a tu cuarto”, etc. Y cuando se trata de algo que está haciendo y queremos evitar, distraerlo llamando su atención con otra cosa.

5- Explicar en forma acotada y simple el por qué del “no”, de manera que el límite deje siempre un sentido de guía, valor y enseñanza. Por ejemplo, está prohibido pegar porque al otro le duele, no se tocan objetos calientes porque queman. De esa manera, les resultará más fácil incorporar las ideas que los padres queremos transmitir.


Asesoró: Paula Liwski, Psicopedagoga
especializada en Crianza y Puericultora

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